martes, 18 de noviembre de 2008

Dinero

Sin un duro

Sin dinero, sin pasta, sin un duro, con el bolsillo más pelao que el culo de un mandril, así estoy, con 3 euros en el monedero como único sustento hasta fin de mes. Y coge y me llama. Justo ahora, después de dos semanas intentando quedar, llamándonos mutuamente sin encontrar el momento perfecto. ¿Cómo le digo que no puedo quedar? Cuando realmente hemos encontrado un hueco, cuando nadie tendría que salir corriendo y con prisas. Mañana a las 8, a tomar una cerveza, que ya se sabe como son las cervezas, nunca es sólo una. Lo peor es que le he dicho que sí, no podía negarme y la verdad es que no debería, no voy a pegarme toda esta semana comiendo arrozy además, con 2 euros, me tomo una caña y deja de contar, no puedo decirle que no tengo dinero, es nuestra primera cita desde... desde aquel día. ¡Que injusta es la vida, que los pobres ni siquiera nos podemos permitir una sola cita!


Se me acercó y me ofreció uno de 50

Se me acercó y me ofreció uno de 50. Yo me dejé, estamos en crisis. En el asiento trasero. Me salí del coche después, con el billete en la mano y el pelo alborotado, pero él ya no se quería ir.
O me das otro billete o te piras, me queda mucha noche por delante. Pero no se quería ir, se quedó ahí con el coche y me espantó a toda la clientela.
Asustada eché a correr y él me siguió despacio con el coche. Todas estaban de faena, grité Amparo pero tampoco estaba.
Eché a correr por el parque atravesando los pinos y arbustos, se me clavó el tacón en la tierra y él, que había aparcado y venía a paso lento me miraba con su cara de perro muerto, y entre el miedo y el tacón ya roto me arrastré por la tierra para intentar salir a la carretera. Llegó antes, me agarró fuerte el brazo, me clavó los ojos en la nuca, fuerte.

Cuando se levantó se fue despacio como había venido, dejándome al lado de la cara otro billete.


Dolores

Me llamo Dolores.

Antes me ganaba la vida como ejecutiva publicitaria en una multinacional en el Paseo de la Castellana, cobraba un cuantioso sueldo y me socializaba en las terrazas más cool de Madrid.

Era la mujer perfecta, con un cuerpo perfecto, un vestuario perfecto, trabajo, casa en la moraleja, coche y una larga lista de cosas perfectas. Con una coraza perfecta que no me permitía enamorarme.

Un día conocí a Lucas, un príncipe de la Bolsa con una sonrisa profident que desintegró la armadura que cubría mi corazón y me enamoró, me pegó 4 polvos bien metidos y como buena historia de cuento el encantamiento me duró 2 semanas más de lo que tardó en dejarme y, si te he visto, no me acuerdo.

Me di cuenta de lo vacía que me sentía por una vida que tenía resuelta en el lado material pero totalmente incompleta en el ámbito sentimental, no tenía amigos, no tenía familia y no tenía príncipes que me rescataran de lo alto de la torre de mi castillo.

Decidí dejar el curro, venderlo todo, hacerme bisexual, dejarme pelo en los sobacos, hacerme rastas, beber calimotxo, hacerme poetisa, comprarme unos bombachos, fumar mariuana, irme un tiempo de mochilera a Sudamérica, enseñar a los niños de una tribu de Senegal a hacer mermelada un par de años, meditar en India… Cuando me fundí casi toda la pasta me hice rastas, adopté un perro, compré una bicicleta y me volví a España. Aquí empecé a ganarme la vida vendiendo trapitos que había comprado en India y leyendo la buena ventura, mi buen olfato en los negocios también me sirvió para oler qué era lo que cada uno de mis clientes quería escuchar sobre su futuro, así que en cuestión de un par de meses ya tenía mi clientela fija.

Cuando paseaba por la ciudad con mi bici y mi perrillo Rusflus todo los días a las 9.00 am me cruzaba en la salida de una calle estrecha con un camión de Prosegur que venía de recaudar dinero de los bancos del centro que, cada mañana, me hacía estremecer y me revolvía el estómago. Pensaba que era síntoma de mi alergia al materialismo.

Un día pasé por la larga calle estrecha a las 8.57 am y me crucé con el camión a una distancia de menos de un metro, esos síntomas se acrecentaron tanto, tanto, que me elevé del suelo y me quedé pegada al camión. Aunque gritaba y luchaba por despegarme el camión no paraba, atrás dejaba mi bici tirada y a Rusflus ladrando como un loco. Yo seguía con mi lucha por despegarme y el camión no paraba, pasaron días y meses, el camión no paraba y yo no me despegaba hasta que llegamos al “Casino Elvis is alive” en Las Vegas. Cuando descargaron el camión caí desplomada en el suelo y perdí el conocimiento.

Me llevaron al hospital y un médico me hizo un chequeo para explicar todo lo que había pasado: Toda la codicia que tengo dentro había imantado mi cuerpo y lo había atraído al metal de las monedas de 1€ que había en el camión!!!

Ahora me llamo Lola, trabajo en el Casino donde mi codicia me llevó como go-go y cada noche conozco a un príncipe con sonrisa profident que me lleva a su trono, me da dinerito y me firma una tarjeta con “Ya te llamaré”.

Cenizas de Portada

Supe que nunca más iba a volver a ser feliz. Supe que se iba y yo también. Aquél lugar quedaría vacío, hueco, desierto, yermo... desolado. Todo cuanto había amado alguna vez moría y se deshojaba lentamente.Luego dirán que la vida es cara y que la muerte es barata.Ayer decidí quemar mi casa por un puñado de billetes.

Fue así y no me arrepiento.Pero mientras ardía entendí lo que era el cáncer del mundo. Era ese puto dinero lo que me había hecho como era. Y también entendí que si ella ardía, yo también debía hacerlo.

Y así ardí, ardí y ardí.

1 comentario:

Lost In Manhattan dijo...

Irene estás que arrasas, me encantan tus cuentos.
Gentuzaaaaa, hay que escribir todas las semanitas!!!