martes, 2 de diciembre de 2008

Caer

Por lo visto la semana pasada se e olvidó colgar lso cuentos que escribimos, así que los cuelgo hoy mientras espero si alguien manda algo, que creo que esta semana ni siqueira hemos propuesto tema... Esperoq ue disfruteis de al lectura

Embrujo



Me oprime, me pesa, me rompe la cabeza

me ahoga, me mata, colores me saca

me engaña, me engancha, me pide venganza

me deja, me atonta, y yo... me siento sola


No me hagas esto,

no me hagas esto.


Y caigo rendida,

con una sonrisa.


No me hagas esto,

no me hagas esto



Decepción


Seguro que a ti también te ha pasado alguna vez. Poner todas tus ilusiones, todas tus fuerzas en que algo salga bien y de repente, todo se va a la mierda.


Conoces a alguien. Te gusta. Le gustas. Estáis muy a gusto juntos. Empiezas a pensar que podría haber algo. Te convences de que funcionaría. Piensas que esta vez sí, que es la persona definitiva.


Imaginas una vida maravillosa a su lado, sin problemas, sin preocupaciones. Vuelves a creer en el amor.


Un día quedáis y todas esas ilusiones se marchitan. Descubres algún defecto que no habías considerado. Vuelven los problemas y las preocupaciones a la vida idílica que habías planeado a su lado, ibais a tener un perro y todo. Reniegas del amor y maldices esa manía tuya de ensalzar a quien te gusta.


Así es como caen lo mitos, en una mala primera cita.


Así es como has caído tú



Real de Catorce


Decían que se llamaba Real de Catorce. Atravesamos las tres el desierto de Sonora en un carruaje tirado por dos mulatos que azotaban los caballos. A pocos kilómetros del pueblo pararon la carroza porque los caballos ya no podían caminar entre la fangosa tierra. La lluvia empapó parte de dentro y nuestros zapatos se mojaron. Los rayos eran tan fuertes que iluminaban los grandes cactus, padres del tequila, el peyote y el mezcal. Los coyotes cruzaban el camino y sus ojos hambrientos iluminaban la morena piel de nuestros esclavos.

Cuando la lluvia dejó de ahogar a los caballos seguimos adelante, cruzando el que se decía que era el túnel más largo del país. Adentrados en él los animales trotaron rápidamente, pero atravesarlo duró algo más de una hora. Había sido creado por los mineros para sacarle a las tripas de la montaña sus oros.

Con dos cirios encendidos nos esperaban tres muchachas al otro lado del túnel, que nos hospedaron en la única posada del desierto pueblo. Los cuentos de chamanes eran los que nos habían atraído a Real de Catorce. Contaban que los brujos le sacaban el espíritu a los cactus y te daban a beber el peyote, milagroso y curativo en ocasiones.

La habíamos llevado mi hermana y yo porque le quedaba poco jugo en las venas. Roberta no quiso médicos, pero la aventura del desierto le dio esperanzas.

Un plato de frutas y una botella de vino aguardaban en la habitación. Nos quedamos en enaguas y bebimos sedientas del largo viaje el vino fresco. Las frutas parecían más coloridas que las de la capital, los olores más fuertes, los techos más altos. Roberta no tosió durante toda la cena y cómplices mi hermana Carlota y yo, nos miramos relajadas.

Varios meses atrás, cuando había empezado a toser, comenzamos a olvidar la risa. Esa noche, debió ser por el vino y el cansancio, volvieron a nuestras bocas más fuertes, más enérgicas y dulces. Boca arriba en el suelo Carlota rió levantándose las enaguas y Roberta bailó sobre la cama.

Un profundo sueño se apoderó de mí y cuando desperté me encontré atada a un tablón que los esclavos cargaban. Roberta y Carlota, también atadas, seguían inconscientes. Después de ver que los mulatos no respondían a mis órdenes, enajenados y con los ojos blancos como los de los coyotes, me di cuenta de que los lideraba un chamán envuelto en una túnica verde.

Subíamos rodeando una larga colina y la luna se vio cerca y grande cuando llegamos a su final. Las ruinas de un antiguo pueblo permanecían intactas y en el medio de la cima un enorme pozo hacía de epicentro de la villa.

El chamán se quitó la túnica mostrando su cuerpo desnudo, reflejado por la gran luz blanca de la luna, y empezó a bailar alrededor del pozo. Los esclavos desataron nuestros cuerpos y entre cánticos que no supe descifrar tiraron a Carlota primero y a Roberta después por la enorme boca del pozo. El chamán besó mis labios dulcemente y en Náhuatl me susurró: “no temas a la caída”.



El Hombre solitario y su fiel Nicolás



Hace tiempo tuve ocasión de entablar amistad con un tipo que me resultó siempre tremendamente peculiar. Llevaba un sombrero de ala ancha, calado hasta la nariz, unas botas de cuero y una camisa de cuadros verdes y rosas. Nunca hablaba y nunca llegó a relacionarse con nadie más que con su fiel Nicolás, su perro labrador.


Mi amistad con él comenzó un día de otoño en el que yo estuve buscando setas toda la mañana. Tropecé con una raíz prominente y me golpeé en la cabeza. Perdí el conocimiento. Cuando desperté estaba en la cabaña de este tipo rodeado de plantas que perfumaban de manera insoportable la estancia.

Recuerdo que por primera vez en treinta y dos años le escuché hablar.

-Te habías caído -dijo.


Me percaté de que no me podía mover. Tenía todas mis extremidades atadas. Lentamente vino hacia mí con una navaja en la mano. Rasgó mis vestiduras hasta dejar todo mi cuerpo desnudo. Me cubrió con pétalos grises mientras entonaba una antigua canción de pastores. Nicolás lamía mi cabeza. Creo que debimos

Me cubrió con pétalos grises mientras entonaba una antigua canción de pastores.
Nicolás lamía mi cabeza. Creo que debimos estar así cerca de dos días.

Entonces me liberó de mis ataduras y comprobé que estaba totalmente curada la herida. E hicimos el amor durante otros tres días -creo- sin descanso. Al tercer día Nicolás me acompañó a casa.